“En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario”
George Orwell
La semana pasada estuvo movida después de la declaración de Barata, el ya célebre ex jefe de Odebrecht en el Perú y como era de esperarse se confirmó que todos los líderes políticos de los últimos años recibieron dinero de la constructora para financiar sus campañas políticas. Alan García, Ollanta Humala, Keiko Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Susana Villarán.
Sin necesidad de ser un agudo analista, el ciudadano puede observar que están comprometidas todas las tendencias políticas, sean éstas de derecha, izquierda o de centro. Lo más increíble no es la comprobación de lo que todos ya sospechábamos sino el hecho que todos los políticos involucrados sin excepción hicieran uso de sus redes sociales negando las afirmaciones de Barata e incluso retándolo a que probara sus afirmaciones, como si los peruanos no supiéramos que cuando el aporte de dinero en una campaña política no se desea declarar no existe un comprobante de pago o pruebas incriminatorias más allá de las declaraciones de los participantes.
¿Qué sucede cuando todos los políticos deciden negar lo evidente frente a todo el mundo? ¿Acaso nos encontramos en un nivel en el cuál la verdad ha perdido valor? Pareciera que lo único importante es gritar a viva voz un mensaje exculpatorio preparado con anticipación y con una portátil haciendo las veces de triste comparsa. Estas declaraciones que fueron catalogadas por algunos medios de prensa como una bomba atómica para la política del país, se han encontrado con los actores cuestionados negando una y otra vez haber recibido el dinero.
Ya algunos expertos en temas legales adelantaron opinión indicando que cuando la persona cuestionada ocupó un cargo público se podrían tratar los casos como de corrupción y cuando no llegó a esta posición se procedería como un caso de lavado de activos. Por otro lado no es muy probable que aparezcan otras pruebas más allá de las declaraciones de los directivos de Odebrechet, las mismas que rápidamente han sido desmentidas por los acusados.
El poder judicial iniciará sus pesquisas y en algunos casos llegará a sanciones concretas pero en muchos otros puede ser que no encuentre pruebas suficientes que las ameriten. Solo quedará entonces el descrédito cada vez más arraigado de la clase política. En ese contexto, otras posibilidades peligrosas pueden empezar a aflorar. Por un lado la tentación de opciones antisistema y por el otro el encumbramiento de liderazgos independientes efímeros carentes del soporte institucional de un partido.
Son tiempos difíciles para las instituciones democráticas así como para la ciudadanía en general porque finalmente nuestros mayores temores acerca de la clase política y su cercanía con intereses privados oscuros se han convertido en realidad. El radio de alcance de la explosión es mayor al estimado inicialmente y prácticamente no ha dejado a ningún líder político del país indemne.
¿Qué hacer en esta situación? Primero debemos rechazar la corrupción en todas sus formas, brindar el apoyo al poder judicial en su labor y sobre todo establecer una sanción social a estos políticos. Descartar elegirlos nuevamente y tampoco considerados como opción viable para manejar los destinos del país en el futuro.
Existe otro análisis relacionado con la naturaleza del financiamiento político que obliga a pactar con las empresas para que financien las campañas. Las empresas esperan beneficios a cambio de esa inversión. En ese sentido necesitamos buscar nuevas formas de transparentar los recursos recibidos por los políticos.
Es el momento para que los partidos políticos inicien un cambio generacional y busquen entre sus bases a nuevos dirigentes que puedan representarlos con el prestigio personal intacto que genere confianza en la población. También se abren nuevas opciones para profesionales jóvenes interesados en incursionar en la política nacional de forma independiente pero proveyéndose de un soporte adecuado que les permita tener algún futuro político.