“Estas contradicciones son una parte inseparable de toda cultura humana. En realidad, son los motores del desarrollo cultural, responsables de la creatividad y el dinamismo de nuestra especie. La discordancia en nuestros pensamientos, ideas y valores nos fuerza a pensar, reevaluar y criticar”
Yuval Noah Harari, De animales a dioses
Recuerdo esa canción ochentera de Miguel Mateos que solía tararear en mis años escolares…Nene, nenene, ¿qué vas a ser cuando seas grande? ¿Estrella de rock and roll? ¿Presidente de la nación? Nene, nenene, ¿qué vas a ser cuando alguien apriete el botón?……….
En nuestras cabezas desde pequeños imaginamos que ser presidente debe ser el puesto más codiciado e importante del país, que ese cargo político representa un gran poder. Es probable que algo de eso sea cierto, pero tengo la sensación de que una vez que una persona asciende a esa posición se da cuenta de la complejidad y dificultades que conllevan una tarea tan titánica. Debe ser una responsabilidad tan estresante que sin excepción cada vez que un presidente aquí o en cualquier parte del mundo deja su cargo, se pueden apreciar huellas visibles de su desgaste físico (y seguramente también emocional) que se reflejan en un envejecimiento a ojos vista.
En un mundo globalizado como el que vivimos y donde las redes sociales juegan un rol tan importante en nuestra vida, creo que la política se ha democratizado en países como el Perú y ha permitido que la posibilidad de ser elegido congresista esté al acceso de un número mayor de personas. Ya no se requiere pertenecer a la élite política tradicional y mucho menos a la clase intelectual de un país. Basta con tener los recursos suficientes para adquirir un lugar en alguna lista política y los recursos necesarios para sostener la campaña. Esto que aparentemente es bueno, también ha debilitado la institucionalidad de los partidos y permitido que algunas personas con intereses oscuros y egoístas accedan al congreso.
Las redes sociales permiten que los electores compartan sus simpatías políticas y que las reacciones partidarias puedan tornarse intolerantes y hasta agresivas con los que no piensan igual o tienen ideologías diferentes. Como bien manifiesta quizás uno de los más importantes historiadores de la actualidad Yuval Noah Harari, las discordancias en nuestros pensamientos y valores son una característica importante de toda sociedad humana, porque permite que esa contradicción si es bien canalizada nos impulse a nuevos desarrollos y conquistas creativas como raza humana. En otras palabras, tener ideas diferentes no es un problema, al contrario, es saludable como sociedad, lo importante es cómo canalizamos esas diferencias sin hacer daño o destruir a quienes piensan distinto.
En época electoral es común que los ánimos estén caldeados en las redes sociales y los ataques entre los actores políticos y aspirantes a algún cargo no cesen. También es normal ver que estas peleas se trasladen a nuestros ámbitos privados y cotidianos como el chat de los amigos del barrio, de los padres de familia del colegio o de la oficina. El Facebook tampoco escapa a estas escaramuzas políticas, pero creo que el Twitter es una de las redes sociales más políticas por excelencia. Instagram y TikTok son redes sociales donde interactúan los más jóvenes y aunque también se observan videos de contenido político son una minoría.
Estoy de acuerdo con que la participación política y tomar consciencia de un voto informado son temas importantes, pero acaso ¿tienen que convertirse estos temas políticos en la razón más importante de nuestra vida?, ¿tenemos que terminar amistades de años por diferencias políticas?, ¿debemos convertirnos en defensores a ultranza de políticos que no conocemos a cabalidad para después terminar nuevamente decepcionados?, sobre todo cuando hay gente cercana sufriendo como consecuencia de este virus mortal y cuando hay personas pasando hambre a raíz de la grave crisis económica que vivimos.
Podemos coincidir que se requieren cambios drásticos a nivel del Estado, que los servicios de salud están colapsados y que urge una revolución a nivel de la burocracia estatal para erradicar la corrupción, sin embargo, me pregunto, ¿cuántos cambios significativos se podrán hacer en el corto plazo?, ¿podrá el nuevo presidente de nuestras simpatías hacer realidad nuestros anhelos si sale elegido? Creo que la respuesta es negativa, porque cambios de este tipo son estructurales y requieren muchos años, de repente décadas o generaciones de nuevos peruanos que mejor educados en su niñez empiecen a darse cuenta de que es tiempo de mejorar.
En mi opinión, a nosotros nos toca en este momento priorizar nuestras propias batallas personales contra las circunstancias. Trabajar duro si tenemos la suerte de tener un trabajo, no desmayar en nuestros proyectos si somos emprendedores, dedicarle tiempo a nuestra familia y si se puede, apoyar a los amigos y otras personas que lo necesitan. Son tiempos de solidaridad y de empatía con el prójimo. Hay gente muriendo todos los días y miles más contagiándose.
No pretendo ser ingenuo y pensar que el mundo de la política puede estar ajeno a los intereses privados de los que patrocinan a los políticos, sin embargo, estamos viviendo tiempos excepcionales y el mayor esfuerzo debería ir a inversiones más significativas que impacten directamente en la salud y bienestar de las personas. Por ejemplo, para una empresa, financiar una planta de oxígeno en estos momentos, puede tener un impacto más importante para la salud del país que financiar una campaña política.
A veces una olla común en una comunidad desfavorecida puede tener un impacto significativo, no solamente a nivel de cubrir la alimentación de las personas, sino, sobre todo, porque permite desarrollar ese tejido social de cooperación, el mismo que más tarde les permitirá protegerse de los ladrones o construir un pozo de agua. Al mismo nivel, cuando decides aportar una cuota para el conserje del edificio que cayó víctima del virus o para ese niño desconocido que viste en televisión desvalido y clamando por ayuda, contribuyes a hacer una mejor sociedad, un mejor país. Tus hijos seguramente verán cómo en tiempos de crisis tuviste el valor de compartir con los demás y esa lección será el mejor legado para ellos.
Creo firmemente que existen otros caminos más efectivos y a nuestro alcance de contribuir con la sociedad en estos momentos, algunos que requieren esfuerzos personales, pero otros que exigen de una solidaridad social. Quiero terminar esta reflexión personal haciendo esta pregunta, ¿y si la política no fuera el único camino, ni siquiera el mejor?