Emergente, emprendedor, exitoso pero honrado

 

«Con Toledo nos quedamos curados. Al próximo que nos venga con la coartada de que soy emergente, emprendedor, exitoso lo agarramos a patadas”

Beto Ortiz – @malditaternura

En medio de la difícil coyuntura que estamos viviendo hemos comprobamos una vez más la carencia de valores éticos en la sociedad peruana. Hemos podido ver (escuchar) como un grupo de funcionarios públicos y empresarios manejaban sus asuntos en medio de relaciones amicales basadas en favores y sobornos. Estos actos lindan con lo ilícito aunque ahora un vocal supremo protagonista de estos hechos las minimice como simples faltas éticas.

La palabra empeñada y la conducta ética que antes estaban asociadas al honor ahora han perdido vigencia. Hemos llegado a tal grado de degradación social que un fiscal de la nación reconoce como un pecado venal el haber mentido a la opinión pública frente a los medios de comunicación sin siquiera sonrojarse. Mancillas al honor eran saldadas con duelos a muerte en tiempos ya olvidados. En tiempos actuales algunos congresistas insisten en justificar que las mentiras de altos funcionarios de la nación pueden existir, pero que no constituyen delito, así que en aras de proteger la institucionalidad hay que hacerse de la vista gorda.

A puertas del bicentenario parece que como sociedad hemos involucionado en lugar de crecer. Allí donde hace casi doscientos años un grupo de criollos creyó consolidar un país libre de las ataduras coloniales, hoy hemos vuelto a perder nuestra libertad. Esta vez las ataduras que nos aprisionan tienen una naturaleza vil y corrupta que es capaz de asquearnos como parece gritarnos Juan Carlos Oblitas a la cara para que reaccionemos.

Pensamos erróneamente que ya habíamos pasado a la mayoría de edad como nación porque a los rigores propios de las décadas iniciales atizadas con la sombra de las guerras con nuestros vecinos se sumaron los sufrimientos traumáticos del terrorismo interno. Supimos levantarnos una y otra vez para empezar de nuevo.

Ya con una estabilidad política de las últimas décadas acompañada de una mejora económica nos sentíamos preparados como sociedad para afrontar el futuro con mayores esperanzas. Si hasta una clasificación al mundial después de 36 largos años nos permitió soñar por unos días que estábamos entre los mejores del mundo.

También en momentos en que existía una turbulencia económica internacional nuestro país supo mantenerse en pie. Esto obedeció a una coyuntura generosa que benefició el precio de nuestros minerales pero también fue mérito de nuestros emprendedores locales que medio entre la informalidad y la formalidad supieron sacar adelante a sus familias y con ese empuje también al Perú.

Ese personaje que estaba representado inicialmente por el migrante andino informal que describía Hernando de Soto en el Otro Sendero y que venía a la capital dispuesto a labrarse su propio futuro contra la resistencia de la burocracia local, fue convirtiéndose en un héroe nacional. Los vendedores ambulantes iniciales dieron lugar a una dinastía de empresarios provincianos emergentes que cambiaron la concepción de la empresa en el país. Los Rodriguez, Añaños, Huancaruna, Acuña entre otros constituyeron esa raza diferente de la que muchos se sentían orgullosos pero también sobre quienes se tejieron historias que sembraban dudas sobre el origen de su éxito.

Hoy gracias al fenómeno Odebrecht pudimos comprobar que las malas prácticas éticas y actividades delictivas no se limitaban a las clases emergentes provincianas sino que también alcanzaban a los grupos limeños. La deshonestidad no hace distinción de razas ni clases sociales.

Por ello es una lástima que estos casos de corrupción asociados al destape de los audios puestos en conocimiento de la opinión pública y que involucran al algunos de estos empresarios provincianos emergentes, pongan una sombre de duda sobre verdaderos emprendedores emergentes que si supieron salir adelante con su esfuerzo pero sobre todo siendo honrados.

El reto que se ha presentado ante esta crisis de valores es grande e implica no solo cambios coyunturales ni cosméticos sino una revolución basada en educación que puede demorar una o dos generaciones. ¿Estamos dispuestos a hacer el esfuerzo y sostenerlo en el tiempo? Solo así veremos frutos para el 2050.

 

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