“No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento. Aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños”
Mario Benedetti
Hace un año entre la segunda quincena y fines de diciembre empezaban a llegar rumores de los primeros casos de neumonía atípica en Wuhan. En los primeros días de enero del 2020 se confirmarían estos casos como producto del nuevo Coronavirus o Covid-19. En estos días de diciembre hace un año estábamos entusiasmados con la proximidad de las fiestas navideñas y nos preparábamos para disfrutar con la familia y después celebrar el inicio de un año que todos esperábamos que fuera mejor.
Nada nos hacía pensar que viviríamos en carne propia una pandemia que le costaría la vida hasta el día de hoy a más de un millón seiscientos mil personas en el mundo y más de treinta y seis mil peruanos. También la pandemia desencadenó una crisis económica global que ha significado la quiebra de empresas y pérdida de trabajo para millones de personas.
Hemos vivido momentos muy duros como familias al sufrir la pérdida de un ser querido y también nos ha tocado despedir a algún entrañable amigo. El solo contagio que se extendió en todo el país produjo dolor y escenas dramáticas de personas haciendo largas colas por abastecerse de oxígeno o esperando por una cama de hospital. Los niveles de pobreza también se agudizaron como producto de la crisis.
Reponerse del sufrimiento es una tarea dura que requirió gran capacidad de resiliencia de parte de las personas. A estas pérdidas traumáticas por lo inesperado y también por la imposibilidad de poder despedirse adecuadamente del ser querido se unió la circunstancia de la soledad que impusieron las medidas de cuarentena prolongada. Esta soledad nos afectó en mayor o menor grado a todos provocando cuadros de depresión a los que venimos enfrentando constantemente.
También hemos sido testigos de muestras de solidaridad en los peruanos donde desde los más humildes se organizaban en torno a una olla común hasta iniciativas empresariales que buscaban colaborar con la gente instalando plantas de oxígeno.
Aprendimos a usar la tecnología para expresar nuestros sentimientos y comunicarnos con familiares y amigos. A los que no podíamos estrechar en un abrazo les permitíamos acercarse a nosotros a través del zoom, video llamadas o a través de las diferentes plataformas de comunicación que aparecieron. Los abuelos reaprendieron a usar su teléfono con la finalidad de poder pasar unos minutos con sus nietos a pesar de la distancia física. Los niños y jóvenes trasladaron sus estudios a la esfera virtual acompañados por profesores también primerizos en estos menesteres virtuales.
Ha sido una etapa que nos esta dejando muchas lecciones como humanidad y preparándonos para un mundo diferente. Como menciona el historiador israelí Yuval Noah Harari, “si, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayoría de nosotros todavía seguirá vivo, pero habitaremos en un mundo diferente al que conocimos”.
Hoy al escribir estas líneas recuerdo a mi familia y pienso en lo afortunado que somos de seguir con vida a pesar de las circunstancias difíciles vividas, siento que estamos en medio de una prueba, la más dura que me nos ha tocado vivir y que aún no termina. Estoy consciente que no podemos rendirnos por más duras que estén las cosas. Todavía existe esperanza porque el nuevo año que se acerca sea mejor y recordando al poeta uruguayo Mario Benedetti debo confesar que a pesar de todas las circunstancias, “aún hay fuego en mi alma y vida en mis sueños”.