Animal Político

 

 

«Yo me acuerdo de ese hermoso verso de Calderón de la Barca, que todos aprendimos y repetimos. Porque caminando las calles, y muchas veces solo, yo decía ¿cuándo pasará esto?, ¿cuándo volveré a ver el Perú? Y me comprometía a estar después de muerto junto a ustedes»

Alan García Pérez

 

El término animal político apareció por primera vez en la obra de Aristóteles y él la utilizaba para describir la relación que tenía el hombre con la sociedad y el Estado, donde esas relaciones políticas entre ciudadanos era lo que diferenciaba al hombre de otros animales. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que hay animales más políticos que otros y aquí me refiero a aquellas personalidades que a lo largo de su vida supieron cultivar el arte de la política logrando influir en el resto de personas. En esta lista podemos citar a Napoleón Bonaparte, George Washington y Winston Churchill entre otros nombres reconocidos a nivel mundial.

Estoy seguro que muchos considerarían inmerecido incluir en esta lista a Alan Gabriel Ludwig García Pérez y de repente tengan razón porque su influencia no llegó a tener un impacto global como otras figuras, sin embargo, nadie podría negar su influencia en nuestro Perú, donde seguidores y detractores coinciden en una cosa, tenía unas cualidades innatas y otras desarrolladas que lo convertían en un animal político por excelencia para nuestra historia democrática nacional en las últimas décadas.

Este post no es político en el sentido de adherirse a una corriente ideológica particular ni tampoco pretende calificar las acciones realizadas por Alan García durante sus dos períodos presidenciales, pero si es político en el sentido de que pretende analizar como un caso muy particular el de una persona que nació, creció, vivió y murió exclusivamente para la política. Un animal político en el sentido literal de la palabra que animó con sus éxitos y también fracasos la vida electoral peruana pero que también marcó un hito en una forma de hacer una política tradicional, basada en una oratoria demoledora y que hizo de los balconazos su sello característico.

Los cambios en las reglas de juego político contemporáneo donde las redes sociales y su impacto en los jóvenes electores son decisivos no alcanzaron a ser parte de su repertorio y sí por el contrario fueron usados con mucho éxito por sus oponentes políticos. Esto no disminuye su impacto mediático en una generación de peruanos que vivió el gobierno militar de los setenta y en otra que nació conjuntamente con el regreso a la democracia en los ochenta. Era el político por excelencia que convencía hasta a las piedras cuando quedaban a merced de su prolija y melosa labia.

Representaba la ilusión de un cambio, personificaba un espíritu rebelde y un aire fresco cuando con sus 36 años a cuestas, su sonrisa cautivadora y su imponente figura irrumpió en un congreso que lo vitoreaba por haber sido elegido como uno de los presidentes más jóvenes de la historia del Perú. Podría aventurarme a decir que en ese momento Alan García se sentía por fin en el lugar que pensaba le correspondía en la historia y que el mundo estaba literalmente a sus pies. Para eso había nacido y se había formado. Su único norte siempre había sido el poder y lo había obtenido muy rápidamente impulsado por las circunstancias políticas de su propio partido y por su carisma demoledor.

Desde muy niño Alan García supo en carne propia lo que significaba vivir por un ideal político con una madre que había participado activamente en la formación del APRA en su región y un padre que estaba en la cárcel por sus ideas y activa participación como líder aprista. En esos años donde se forman las bases de la personalidad y su desarrollo cognitivo y moral, el ya llevaba como un sello indeleble en su ser la vivencia de sus padres.

Alan García describe así su primer encuentro con quien sería su mentor y persona clave en su futura carrera política, Víctor Raúl haya de la Torre, fundador del APRA, “estaba en un campamento juvenil del partido a orillas del río Rímac. No me separaba ni cinco metros de este semidios y me sentía como en la Capilla Sixtina. Era imponente, un vasco antiguo, blanco y con barba, con una enorme cabeza que para mí sólo podía ser sinónimo de una maciza inteligencia”.  Posteriormente en su vida adolescente esos valores y creencias de la niñez fueron reforzados convirtiéndose en realidades que dominarían sus pensamientos. El ingreso a la Federación Aprista Juvenil donde se destacó como un líder nato terminó en su inscripción formal como miembro del partido aprista a los diecisiete años. Ya en el colegio nacional José María Eguren destacó por sus dotes como orador que lo caracterizarían durante toda su vida política.

De su meteórica carrera política de la mano de su mentor Víctor Raúl Haya de la Torre y de los hechos que lo llevarían a la presidencia de la república dos veces se ha escrito mucho, pero poco sobre su niñez y juventud. Nació con atributos intelectuales y físicos importantes para el desarrollo de su estilo de liderazgo pero también supo formarse en el seno de un pensamiento y una ideología que lo cobijaron hasta su muerte. Es vana la discusión académica de si un líder nace o se hace porque en su caso confluyeron ambas corrientes aunadas a una visión que lo llevó a donde se propuso, la búsqueda del poder.

Albert Camus manifiesta que “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”. Es difícil ponerse en el lugar de Alan García y analizar que lo llevó a tomar esa trágica decisión pero sí podemos opinar sobre las consecuencias de esa decisión y en su caso no fue solamente librarlo de los delitos que se le imputan sino que se trató de una última decisión política, confirmar que él estaba dispuesto a morir como había vivido, siempre dando que hablar y obligando a recordarlo como alguien excepcional, un animal político en todo el sentido de la palabra. Descanse en paz la persona y como a él le gustaba pensar, que sea la historia la que juzgue al personaje, al político.

 

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